
El sabor amargo del cigarro añejo
despierta los sentidos ocupados en los recuerdos,
y es que no es la primera vez que ese sabor
a nicotina y alquitrán rancios hacen nido en la boca
del vagabundo de la calle sin nombre.
Con el andar de un paria de regreso, va caminando
sin prisas hacia cualquier parte,
dejando tras de si una sombra
que entristece los paisajes que abandona.
La ciudad lo expulsa,
arremete en contra de su alma peregrina
con toda la fuerza de su orgullo luminoso,
y él sonríe con la bondad de un padre
ante la travesura de su hija pequeña,
sabe que la cuidad le teme más que le odia,
él es un vencedor, un loco enfermo de libertad.
Un lucero en medio del caos.
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