Tuesday, December 12, 2006

Muerto el perro no se acaba la leva



No pensé que alguna vez estaría escribiendo sobre la muerte de Augusto Pinochet, y es que su figura parecía atemporal, anclada en lo más profundo de la conciencia propia y colectiva. Omnipresente para aquéllos que como yo, nacimos durante la primera década de su dictadura, en medio de uniformes, toques de queda, desaparecidos y el famoso PEM y POG, los antiguos programas de generación de trabajo, conocidos como empleo mínimo, por el sueldo que se percibía.

Recuerdo que en aquellos años a mediados de los ochenta, había que temer más a los uniformados que a los ladrones, ya que estos últimos asesinaban a más chilenos que los entonces llamados “patos malos” y siglas como CNI o DINA eran comunes en las conversaciones clandestinas de bares y esquinas, mientras palabras como “revolución”; “compañero”; “pueblo” y otras más estaban desterradas del lenguaje común.
Nunca, en aquellos años imaginé que alguna vez podría morir, ése general de lentes oscuros y tono imperativo, sin embargo, hoy, a los diez días del mes de diciembre del año dos mil seis, el personaje más nefasto de la historia de Chile dejó de respirar por fin, generando una multitud de consecuencias y reacciones.

La primera y más visible consecuencia es que, a pesar de todo lo dicho sobre reconciliación, las heridas están abiertas y sangrantes, mientras las posiciones siguen siendo antagónicas, entre los sobrevivientes de aquella época. La segunda y más importante, es que la derecha chilena o el “nuevo oficialismo” encabezado por Renovación Nacional y la Unión Demócrata Independiente, quedan de cierta forma, libres de la carga que significaba la presencia del dictador, y de la vinculación directa que se hace con estos partidos, denominados como lo legítimos herederos de la dictadura. Por fin ahora, podrán sacarse el lastre que significaba Pinochet y disfrazar su patriotismo facho, de nueva tendencia liberal; Así personajes como Alberto Espina, con un discurso que aparenta imparcialidad y progresismo, se convierte en un animal peligroso, al igual que Piñera, cuya intentona presidencial, fue el primer aviso de esta nueva tendencia de la derecha; son ellos los que mejor recogen la vieja arenga de “pan y circo para el pueblo” con medidas populistas estilo Lavin y derroche de palabras aduladoras para “los más pobres”.

La derecha descansa de un fantasma que coartaba sus afanes por llegar al poder, la izquierda por su parte celebra la muerte de lo que para ellos era la personificación del mal, mientras el pueblo, o la gente como le dicen ahora, continúa solo, reaccionando como siempre, con el corazón y las viseras; gritando consignas que parecían perdidas en el tiempo, enfrentándose y sintiendo, simplemente sintiendo, sin darse cuenta que la maquinaría que echó a andar Pinochet con sus Chicago Boys, con la reforma a la Constitución, con la apertura al liberalismo, sigue funcionando, con algunos ajustes hechos por la Concertación, para adecuarse al paso del tiempo y las circunstancias. Pero la obra gruesa de Pinochet sigue en el mismo lugar, otorgando privilegios a los mismos que hace treinta años, dejando el dinero en las mismas familias capitalistas del pasado, e ignorando al pueblo tal como sucedió en su régimen. Nada ha cambiado dentro de las estructuras profundas del estado chileno. Ha muerto el perro, sin embargo la leva, sigue detrás del premio gordo.