Wednesday, February 21, 2007

Transeùntes


TRANSEUNTES



Una sombra que huía hacia lo profundo súbitamente devolvió a la realidad los pasos de Hilda, y es que la ciudad ya no estaba como para paseos, había cambiado tanto decía la Abuela, los largos paseos a la luz de las estrellas ya no eran como antes, ahora se trataba de sobrevivir.
Era un invierno suave, los primeros encajes del vestido de la noche se colaban por entre los portales de las tiendas, apretadas como escamas en la vereda de enfrente, Hilda retornaba desde su trabajo sintiendo el cansancio de las horas transcurridas en aquél detestable lugar, una perdida florería en medio de la ciudad, y no es que odiara las flores, era a la gente a la que realmente detestaba, no sólo a sus clientes, odiaba a los taxistas, a los estudiantes, a las distraídas parejas que caminaban de la mano, en realidad, a ellos era a los que más odiaba, nunca logró comprender cómo era posible caminar tranquilamente, como si nada pasara; acaso no ven que nos estamos quedando en silencio, pensaba para sus adentros, con una furia que disimulaba perfectamente cuando raramente estaba acompañada, con súbitos ataques de tos.
Dobló por Libertador, la misma vieja esquina que la vio de pequeña, sentir por primera vez ese frío odio en contra de las personas, y se dirigió a su edificio abrigando la secreta esperanza de no toparse con nadie en el ascensor, hoy como la mayoría de los días no tenía ganas de encontrarse con ningún conocido. Sintió el rutinario sonido del ascensor al descender, mientras las primeras gotas de lluvia caían a la sucia acera.
Lo primero que vio al abrirse las puertas del ascensor cuando estuvo en su piso la lleno de alegría, el amplio pasillo estaba desierto, en más de una ocasión al llegar a su piso tuvo que hacer un esfuerzo y saludar a la Abuela, una octogenaria vecina, un poco sorda y a la cual el único recuerdo más o menos nítido que le quedaba del pasado, era el de su hijo que cualquier día de éstos vendría a visitarla, por eso era común verla sentada junto al umbral de su puerta, en un roído banco que alguna vez fue amarillo pero que ahora con el paso del tiempo poseía un color indescifrable.
Hilda avanzó lentamente por entre las desgastadas baldosas haciendo sonar los pies con cada paso como una loba moribunda, que con sus últimas fuerzas regresa a su cubil a morir luego de su cacería final por la montaña. Extendió la mano empuñando la llave, giró dos veces y con un golpe seco de su cadera abrió, respiró profundamente con una indescriptible sensación de alivio, por fin estaba en su casa, una vez más había derrotado a la ciudad, una vez más había dejado de formar parte de ella.
Como cada noche tras cerrar la puerta tras de sí se dirigió a la cocina para comer algo antes de acostarse, buscó un plato en que llevar un pastelillo comprado por ahí pero, estaban todos formado una compleja columna en el lavaplatos, mañana tendría que ver la forma de salir un poco más temprano del trabajo para ordenar un poco el verdadero campo de batalla en que se había transformado su cocina, optó por no comer nada, contentó a su maltrecho estómago con una abundante dosis de café y se fue a la cama.
Cuando la noche por fin comenzaba a silenciar los sonidos de la ciudad, tomó su viejo diario para escribir alguna cosa esperando la acostumbrada visita del sueño, abrió las inmaculadas páginas donde sólo se veía una frase perdida en lo insolente del blanco virgen: Nos estamos quedando en silencio, rezaba aquella particular frase, la leyó por costumbre una y otra vez y luego de meditarlo un momento tomó la decisión de escribir al día siguiente, a fin de cuentas no había pasado nada extraordinario. Recordó sin embargo a aquél melancólico muchacho que le compró la rosa más grande que había en la florería y que le hizo escribir una singular dedicatoria: “No tengo tiempo para explicarte el por qué, espero que seas muy feliz”, y que según supo luego lo encontraron muerto de una sobredosis de drogas.
No, lo escribiría mañana, ahora sólo quería descansar...

Wednesday, February 07, 2007

La caída del Ágora

Atrás queda el tiempo en que el ejercicio de la política era una cosa de carácter público y masivo, hoy en día la política se hace cada vez más secreta en verdaderas fortalezas inexpugnables, con cámaras y guardias que vigilan constantemente la privacidad de las cada vez menos personas que deciden los destinos de toda la población de un país o de una ciudad. Es este verdadero ocultismo que rodea a la política hoy en día, es lo que ha llevado al desencanto generalizado y a la apatía, las personas comunes y corrientes se sienten fuera (y de hecho lo están) de todo tipo de participación efectiva, cuando más tiene el “derecho” de votar cada cierta cantidad de tiempo, por personajes inventados o levantados de la nada según la necesidad de los partidos, o de los empresarios, con eso se satisface la participación, se callan la voces y se da la sensación de una democracia participativa e inclusiva.

Fuerte suena el famosos adagio romano ‘Al pueblo pan y circo’ demás está decir que el circo lo tenemos todos los días en el diario, en los programas de farándula, en las noticias, trágicas, el chupacabras etc. El pan es un poco más escaso lamentablemente, pero nunca tanto como para generar un descontento peligroso para el estatus quo del modelo social implementado por las autoridades, el gobierno aprieta pero no ahoga de manera aparente, y el descontento sube al mismo tiempo que la facilidad de gobernar a todo el rebaño ignorante; frases como ‘da lo mismo quién gobierne, igual tengo que trabajar’ se repiten a cada instante y con cada elección, generando un vacío político, una pérdida de los ideales, de la conciencia colectiva.

Las encuestas siguen mostrando el descontento del pueblo con los políticos y con la política, mientras el eterno presente se hace patente en el sentir cotidiano, sin embargo, lejos de preocuparse como aparentan aquellos que detentan el poder, esto es precisamente lo que buscan, un presente eterno e individualista, donde cada uno se preocupe de si mismo de manera inmediatista, sin ojos para el futuro y sin conciencia del pasado.